1/2/10

la dificultad de la autobiografía




El posible valor literario de una biografía, o una autobiografía, es independiente de la veracidad de lo que incluye. No hablo de mentir, basta recordar mal, insuficientemente, otra cosa. De las muchas razones para escribir, una de las más esgrimidas, la de luchar contra el olvido, es una batalla perdida de antemano. La memoria es frágil, endeble, y se reconfigura automáticamente, inconscientemente. El autor no conoce la verdad de lo que supuestamente vivió personalmente. Los recuerdos mienten. Y, por si fuera poco, aparece el lector antes de tiempo: los otros, a los que quizá se presta demasiada atención mientras se escribe, transformando los hechos para hacerlos más respetables o para conferirles el atractivo de lo maldito, o ahogando en el formol del estilo las cosas que necesitaban apenas la oportunidad de asomarse tal cual.
En sólo 5 días, releyendo un libro (Un home de paraula, de Imma Monzó), viendo la tele (L'Hora del lector) o leyendo el periódico (El País Semanal de hoy), distintos autores han tratado el asunto: Benet i Jornet asumiendo que su memoria le miente, que sus amigos le dicen que las cosa no sucedieron tal como él las recordaba y las ha escrito. Castellet, consciente de que eso puede suceder, coteja sus propios recuerdos con recortes de prensa o cartas que le garanticen que sucedieron tal como los recuerda. Para evitarse todo eso, Imma Monzó se pone a escribir el libro con el que pretende preservar de la erosión del olvido a su amor recién fallecido. (No le sirve lo primero que escribe inmdiatamente después, el dolor le impide hacerlo; tiene que hacerlo "profesionalmente", filtrarlo). Así que no es sólo la dificultad que provoca la fragilidad de nuestra memoria. Son muchas otras cosas. El empeño encontrará muchísimos obstáculos. Quizá surja con la pretensión de escribir algo formalmente interesante que deje en cartón-piedra lo que tendría que resultar vívido, o por querer aparecer el autor de un modo "presentable. De modo que dejan de ser fehaciente memoria, matando más que preservando lo que se pretendía salvar , tal como Rosa Montero nos ha recordado que Stanislaw Lem comprendió que le había sucedido y que escribió como prólogo en uno de sus intentos por contar su propia infancia:
"El castillo alto es un libro de memorias. O algo así. Más bien es un texto especialísimo sobre la memoria, en concreto sobre la de la infancia y la adolescencia. La originalidad de la obra se advierte desde el prólogo, en el que Lem nos dice que ha fracasado totalmente en su propósito. Él pretendía dejar fluir los recuerdos libremente, quería que emergieran los jirones del pasado por sí solos y la memoria fuera construyendo su propio retrato. Pero, como es natural, enseguida vio
que eso era imposible; el individuo altera y ordena inevitablemente esos recuerdos, los convierte en narración, en un invento. La memoria siempre es mentirosa: "Desearía dejar hablar al niño, retroceder sin interferir, pero en vez de eso lo exploto, le robo, le vacío los bolsillos (...) Comenté, interpreté, hablé demasiado (...) y cavé una tumba para ese chico y lo enterré. Una tumba meticulosa, precisa, como si hubiera escrito sobre alguien inventado, alguien que nunca vivió, alguien cuya voluntad y designios podrían labrarse según las reglas de la estética. No jugué limpio. A un niño no se le trata así", concluye Lem.(Según transcribe Rosa Montero en EPS).

Enrique Vila-Matas, que escribió ese libro que lleva por título Recuerdos inventados, y ese otro que tituló Impostura, al que tanto le gusta inventarse entrevistas nunca realizadas, o atribuir frases a otros autores, o modificarlas y con ello confundir a los aficionados a la erudición, juega conscientemente con fuego. Eso que lleva a otros de ventaja. Los bomberos pueden, entienden bien el fuego. No comprender de qué modo la memoria escribe por su cuenta antes de que decidamos ponernos a escribir, o atrapar indebidamente lo sucedido transformándolo en madera muerta, o no ser consciente de la propia vanidad, o de la desmemoria, hace que el género autobiográfico resulte mucho más difícil de lo que parece. Al drama se le suele otorgar más prestigio que a la comedia, y sobrevaloramos lo inventado sobre lo sucedido, como si lo autobiográfico resultara sencillo, cuando supone escribir con los pies sobre el suelo sin que eso presuponga que sea un suelo siempre estable. Escribir autobiográficamente es mentirosamente fácil.