14/12/10

textos como zapatos



Creo que era Félix de Azúa quien en algún post (no estoy seguro) sugería dejar de mistificar a los escritores y considerarlos como artesanos lo mismo que un zapatero, un panadero o un fontanero. Somos unos papanatas cuando nos dejamos apabullar por un texto delicado pero tramposo, engañosamente bello, del mismo modo que ante un sofá de diseño o una silla en la que no conseguimos aposentarnos adecuadamente, pura apariencia. Millás nos lo recuerda en su penúltima novela, El Mundo, cuando en la pág. 27 nos dice que la escritura debe ser algo que "no tiene que ser bello, sino eficaz". No se trata de que eficaz deba reducirse a la escueta capacidad de transmitir información, que eso tan sólo reclamaría una redacción cuidadosa y nos brindaría magníficos informes pero no literatura, sino de eficacia para conmovernos.
Un texto claro y explicativo podría parecernos bello desde su humilde eficacia, lo mismo que un botijo bien hecho o un zapato cómodo. Una escritura así, lo escrito así, la usaríamos y la volveríamos a leer, mientras que la declaradamente bella pero anodina, quedaría relegada a la biblioteca como elemento de hipotético prestigio, supuestamente admirable, pero que quizá no volveremos a leer, sólo acaso en un momento de inseguridad y de duda, por si es que no supimos entenderlo la primera vez, suspicaces mientras no resolviéramos la cuestión fundamental: si se trataba de un buen texto bello pero fuera de nuestro alcance, (de nuestra capacidad comprensiva), inasible por nuestra ramplona sensibilidad, o si por el contrario se trataba de una impostura muy bien vestida pero decepcionante, la perfecta guapa tontísima.

27/10/10

literatura efímera


Facebook es literatura efímera. Podría no serlo. Y otro día intentaré exponer de qué modo quizá pudiera optar a dejar de serlo y merecer ser preservada. Facebook es periodismo aficionado, salón de peluquería, púlpito accesible, Hyde Park de estar por casa, y también literatura, o pretensión de serlo. Parece más "fácil" publicar un poema tuyo, colar un ensayo breve (acaso de dos líneas), entrenarse a ser crítico, jugar a editor, o por lo menos ser moderador por un día o anfitrión por un día. Casi nunca se sacia el gusanillo y por lo general quien prueba repite. La reedición le sale barata, nadie financia el papel, a lo sumo van pasando los días y nadie ha dejado un comentario ni un escueto "me gusta", pero eso no es grave. Al final es lo de siempre: la atención. La consigues o no la consigues. Atraerla una vez no es difícil, mantenerla ya es otro asunto. Sin problemas de distribución, sin necesidad de encontrar editor, todo el mundo puede optar a sus dos minutos de notoriedad en Facebook; al menos todo aquél que se lo proponga seriamente. La cuestión es cómo mantener una atención regular, sostenida. ¿Pero no se trata de lo mismo que en una novela, o que una clase o que una película? Aquí el desarrollo, el proceso, no dura una hora como una clase, ni 90 minutos como un film, es un proceso que puede ser diario, o semanal, que pretendes que no se interrumpa. Hay mil otras cosas que compiten por esa misma atención que tú pretendes, dentro del mismo Facebook. Más las que siempre siguen produciéndose fuera de FB, que puede ser una final de Champions, o una desgracia natural, una tragedia que ocupe los titulares de los espacios informativos. Pero cuando por fin cuentas con alguna atención...la cosa no ha hecho más que empezar, porque entonces viene lo bueno, o lo peor.

Volveré a este asunto, pero hoy le paso la pelota a mi amigo CabezaPie:
http://cabezapie.blogspot.com/2010/10/paradojico-facebook.html

11/10/10

Querer gustar


A nadie le amarga un dulce, pero puede estar envenenado. Que tras el dulzor amague el veneno. Pero eso ya no es literatura aunque dé para unas cuantas novelas. Pero no quiero hablar del halago que te llega dspués de, sin haber pensado antes en él. Quiero escribir de la necesidad de halago que emponzoña lo que estás escribiendo mientras lo estás escribiendo:
'Esto no le gustará a X. Esto me lo harán pagar". No se puede escribir así. Algunos lo hacen y lo publican: es una impostura. Tampoco escribir para molestar parece una buena razón para escribirlo. Se trata de explicar o decir lo que aún no se ha dicho, pero qué poco debería importar quién lo dijo o lo hizo. (Es importante para el historiador o el periodista, pero no necesariamente para el escritor). Importa la cosa despojada de la anécdota. (¡Pero qué dices, si la anécdota y el detalle son el condimento esencial!//Pues sí, pero la anécdota puede inventarse y no pasa nada, que el color de la pared lo cambiemos, no importa; puede que sea imprescindible. Los humoristas, los mejores humoristas saben modificarlo todo y escoltarse del sentido del humor para poder decirlo bien claro. Ellos saben que no importa más que lo esencial de la cosa).

Escribir acompañado de las trompetas y los laureles es un lastre que despoja al autor de su principal cometido. Puede que le den después una medalla, pero eso no debería importar nada mientras escribes. Escribe como si nadie fuera jamás a leerte. Deja que después tu texto se encuentre con el lector adecuado. Si lo encuentra y a él le gusta, estupendo: relájate y disfruta.

22/5/10

la facilidad...


Este blog lo focalicé en las dificultades, y no está siendo bien comprendido. (¿Cuándo es que algo no se comprende, y cuándo es que no se consigue explicar claramente? Esta cuestión es el grado cero: la primera dificultad de la literatura, o de cualquier pretensión de comunicar algo).
¿Me gustan las didicultades? Sí y no. No las busco,pero no las rehuyo. El matiz es importante: no creo que esta vida necesite añadir dificultades, incluye ya muchas; pero eludirlas casi nunca funciona: siguen ahí, pendientes de "resolver", y acaso enfrentarnos a ellas nos procure algún ahorro de tiempo y nos facilite pasar página.
Según cumplo años, me parece más plausible la idea de que las dificultades más enojosas suelen aparecérsenos bajo un engañoso aspecto de facilidad, de cosa sencilla a nuestro alcance, y que es estonces, cuando confiados, nos empantanamos.Cuando en este blog he explorado sobre las dificultades de la autobiografía ha sido por esto mismo: sobre la aparente y engañosa dificultad de contarnos, de relatarnos a nosotros mismos, ("¿quién mejor?"/"¿quién más conocedor?"), obviando la tendencia de la memoria a reescribir lo sucedido, algo ajeno a nuestra voluntad consciente, (a lo que siempre cabe añadir la frecuente tendencia a embellecer lo sucedido, a maquillarnos, a encontrarle un tono épico a lo que casi nunca lo tuvo).
La "espontaneidad", esa facilidad que algunos tendrían, como fuente provisoria de narraciones frescas sin manipular. La espontaneidad a mí me parece lo mismo que los mejillones que no pasan por el lavadero: son naturalísimos, pero acaban casi siempre en diarrea. ¿Cuándo es que se empezó a atribuir a la espontaneidad el valor que hoy se le da? El artesano necesita tiempo para automatizar algunos procedimientos, lo mismo el campesino para utilizar sus herramientas, lo mismo que un cazador o un pescador o un jugador de póker. Sólo cuando podemos dejar de pensar en el cambio y el embrague y los intermitentes, es cuando podemos empezar por fin a concentrarnos en la carretera; sólo cuando hemos adquirido destreza y seguridad conduciendo nos atrevemos a mirar algo el paisaje que cruzamos sin exponernos a perder la vida en él, incrustándonos en él saliéndonos de la carretera...
No escribo para sufrir. Tampoco necesito que alguien sufra, que me confiese que sufrió mientras escribía algo, para que ese algo merezca más atención por mi parte; eso es asunto suyo. Escribo para el goce: para que algo de lo que escribo predisponga a algún goce, mío y ajeno. (Mío o ajeno, resultaría suficiente; pero es mucho mejor: porque no es excluyente).
La soltura del bailarín llega tras muchas horas de ensayo, como la del deportista tras muchas horas de entrenamiento. Pero la supuesta facilidad, los dones innatos, la precocidad, siempre gozan de mucha atención, de mucho favor. Eso habrá generado no pocas dudas a muchos. Habrá resultado tremendamente disuasorio para los más inseguros de sí mismos.
Escribir, como hablar, es engañosamente fácil. Escribir bien y hablar bien no es que suponga buscarle tres pies a un gato, como demasiado frecuentemente lo entienden los más conformistas con el primer resultado. Escribir y hablar bien, o segar bien la hierba, o cocer bien el pan, es evitar cualquier gesto de más: supone ser como un beduino, conciente de la dificultad que siempre supone atravesar el desierto y que no desperdicia un sólo buche de agua.

25/4/10

d-escribir


“¡Si describir una desgracia fuera tan fácil como vivirla!” (Ciorán).
Escribir no resulta fácil, supone que, además de vivir la cuota de desgracias que a todos nos toca, hayamos de soportar después la dificultad de escribirlo. La que siempre supone escribir algo significativo, no mero redactado insustncioso, más la dificultad añadida de rememorar aquel mal momento, aquel contratiempo, aquel fastidio, o aquella desgracia.

5/4/10

escribir lo que quieres


"Escribir lo que quieres", si se trata de escribir lo que te da la gana, no es fácil. Una cosa es querer y otra poder, y el autor constata continuamente la dificultad de alcanzar lo que se propone: si lo consigue (en el caso de que alguien lo haya conseguido totalmente alguna vez, alguna sola vez siquiera) habrá tenido que suponer un esfuerzo, un enorme esfuerzo, continuado, esmerado, atento, cuidadoso, más redundante que estos tres calificativos que acabo de emplear, porque los habrá tenido que emplear una vez y otra, recurrentemente, sin sucumbir al desaliento.
"Lo escribí de una sentada", "surgió así sin más", son excepciones que por eso mismo nos sorprenden, y aún así empleables para una ristra de versos, o para una canción o para un capítulo, pero difícilmente es creíble si se trata de todo un libro, sea narrativa o ensayo (¿no es narrativa un ensayo?). Así es como la prometedora libertad del escritor topa con la dificultad de su propia obra, con sus propios límites que no son otros que sus limitaciones, sus carencias, sus dificultades, y su en principio ilimitada libertad acaba resultando un arduo ejercicio de obligada humildad, de volverlo a intentar, algo conceptualmente alejadísimo del hacer 'lo que me da la gana', del capricho, de lo fácil.

1/2/10

la dificultad de la autobiografía




El posible valor literario de una biografía, o una autobiografía, es independiente de la veracidad de lo que incluye. No hablo de mentir, basta recordar mal, insuficientemente, otra cosa. De las muchas razones para escribir, una de las más esgrimidas, la de luchar contra el olvido, es una batalla perdida de antemano. La memoria es frágil, endeble, y se reconfigura automáticamente, inconscientemente. El autor no conoce la verdad de lo que supuestamente vivió personalmente. Los recuerdos mienten. Y, por si fuera poco, aparece el lector antes de tiempo: los otros, a los que quizá se presta demasiada atención mientras se escribe, transformando los hechos para hacerlos más respetables o para conferirles el atractivo de lo maldito, o ahogando en el formol del estilo las cosas que necesitaban apenas la oportunidad de asomarse tal cual.
En sólo 5 días, releyendo un libro (Un home de paraula, de Imma Monzó), viendo la tele (L'Hora del lector) o leyendo el periódico (El País Semanal de hoy), distintos autores han tratado el asunto: Benet i Jornet asumiendo que su memoria le miente, que sus amigos le dicen que las cosa no sucedieron tal como él las recordaba y las ha escrito. Castellet, consciente de que eso puede suceder, coteja sus propios recuerdos con recortes de prensa o cartas que le garanticen que sucedieron tal como los recuerda. Para evitarse todo eso, Imma Monzó se pone a escribir el libro con el que pretende preservar de la erosión del olvido a su amor recién fallecido. (No le sirve lo primero que escribe inmdiatamente después, el dolor le impide hacerlo; tiene que hacerlo "profesionalmente", filtrarlo). Así que no es sólo la dificultad que provoca la fragilidad de nuestra memoria. Son muchas otras cosas. El empeño encontrará muchísimos obstáculos. Quizá surja con la pretensión de escribir algo formalmente interesante que deje en cartón-piedra lo que tendría que resultar vívido, o por querer aparecer el autor de un modo "presentable. De modo que dejan de ser fehaciente memoria, matando más que preservando lo que se pretendía salvar , tal como Rosa Montero nos ha recordado que Stanislaw Lem comprendió que le había sucedido y que escribió como prólogo en uno de sus intentos por contar su propia infancia:
"El castillo alto es un libro de memorias. O algo así. Más bien es un texto especialísimo sobre la memoria, en concreto sobre la de la infancia y la adolescencia. La originalidad de la obra se advierte desde el prólogo, en el que Lem nos dice que ha fracasado totalmente en su propósito. Él pretendía dejar fluir los recuerdos libremente, quería que emergieran los jirones del pasado por sí solos y la memoria fuera construyendo su propio retrato. Pero, como es natural, enseguida vio
que eso era imposible; el individuo altera y ordena inevitablemente esos recuerdos, los convierte en narración, en un invento. La memoria siempre es mentirosa: "Desearía dejar hablar al niño, retroceder sin interferir, pero en vez de eso lo exploto, le robo, le vacío los bolsillos (...) Comenté, interpreté, hablé demasiado (...) y cavé una tumba para ese chico y lo enterré. Una tumba meticulosa, precisa, como si hubiera escrito sobre alguien inventado, alguien que nunca vivió, alguien cuya voluntad y designios podrían labrarse según las reglas de la estética. No jugué limpio. A un niño no se le trata así", concluye Lem.(Según transcribe Rosa Montero en EPS).

Enrique Vila-Matas, que escribió ese libro que lleva por título Recuerdos inventados, y ese otro que tituló Impostura, al que tanto le gusta inventarse entrevistas nunca realizadas, o atribuir frases a otros autores, o modificarlas y con ello confundir a los aficionados a la erudición, juega conscientemente con fuego. Eso que lleva a otros de ventaja. Los bomberos pueden, entienden bien el fuego. No comprender de qué modo la memoria escribe por su cuenta antes de que decidamos ponernos a escribir, o atrapar indebidamente lo sucedido transformándolo en madera muerta, o no ser consciente de la propia vanidad, o de la desmemoria, hace que el género autobiográfico resulte mucho más difícil de lo que parece. Al drama se le suele otorgar más prestigio que a la comedia, y sobrevaloramos lo inventado sobre lo sucedido, como si lo autobiográfico resultara sencillo, cuando supone escribir con los pies sobre el suelo sin que eso presuponga que sea un suelo siempre estable. Escribir autobiográficamente es mentirosamente fácil.