12/4/09

no sé cómo, pero quiero hacerlo


..."Al principio no tenía claro qué forma darle al libro y a quién dirigirme. Éste es un problema que probablemente no le afecta a un novelista, siempre que sea bueno; no es que yo sepa mucho de eso, pero me imagino que el novelista escribe su libro tal como el propio libro quiere ser escrito. La novela es una máquina que se construye a sí misma, y el lector que se las apañe". Victor Werkler, protagonista de El procedimiento, de Harry Mulisch.
El escritor como comadrona. Miguel Ángel también decía que la estatuta ya estaba en el bloque de piedra, que él sólo la sacaba de ahí, quitándole lo innecesario. Pero quizás es una concepción peligrosa, se parece mucho a lo que sostienen los profetas cuando dicen que se han limitado a poner por escrito lo que su dios o algún ángel o arcángel les ha dictado. Por otra parte, someter el libro (o a los personajes) a la caprichosa voluntad del autor parece que lleva a libros falsos. ¿Pero es la voluntad la que juega esta mala pasada? ¿No se requiere también voluntad para evitar ser el Pigmalión de la propia obra, del mismo modo que la necesita un padre o una madre para educar a un hijo sin imponerle nada?
Que "el lector se las apañe" también es algo demasiado ambigüo. Ciertamente es asunto de todo lector, de todo receptor, casar las piezas y concluir por su propia cuenta o riesgo. Pero...¿de verdad renuncia el autor a que el lector concluya por su propia cuenta, algo que no sea precisamente lo que él como autor había pretendido que el lector concluyera? Otra cosa es que el mapa del lector y el del autor no coincidan exactamente, que el lector obtenga algo más...o algo menos; también es un asunto que ha preocupado a muchos autores. Algunos necesitan que el lector, los lectores, les ayuden a comprender qué es lo que ellos como autores han llegado a decir en su obra, quizá porque algo les ha pasado desapercibido por estar demasiado cerca y concernidos en ella y el lector la puede ver con más naturalidad que el propio autor. Y por supuesto, la decepción de que los lectores no alcancen a comprender totalmente algo, quizá porque el autor cuenta con elementos, noticias y datos, vivencias, que imagina, supone, que también dispone el lector y que quizá no es así.
Un autor concienzudo no impone nada a su obra ni a sus lectores, pero no parece que debamos entender por eso que deja alguna cosa al azar. Otra cosa es que el azar nunca necesite ser invitado expresamente para coprotagonizarlo todo.

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