22/5/10

la facilidad...


Este blog lo focalicé en las dificultades, y no está siendo bien comprendido. (¿Cuándo es que algo no se comprende, y cuándo es que no se consigue explicar claramente? Esta cuestión es el grado cero: la primera dificultad de la literatura, o de cualquier pretensión de comunicar algo).
¿Me gustan las didicultades? Sí y no. No las busco,pero no las rehuyo. El matiz es importante: no creo que esta vida necesite añadir dificultades, incluye ya muchas; pero eludirlas casi nunca funciona: siguen ahí, pendientes de "resolver", y acaso enfrentarnos a ellas nos procure algún ahorro de tiempo y nos facilite pasar página.
Según cumplo años, me parece más plausible la idea de que las dificultades más enojosas suelen aparecérsenos bajo un engañoso aspecto de facilidad, de cosa sencilla a nuestro alcance, y que es estonces, cuando confiados, nos empantanamos.Cuando en este blog he explorado sobre las dificultades de la autobiografía ha sido por esto mismo: sobre la aparente y engañosa dificultad de contarnos, de relatarnos a nosotros mismos, ("¿quién mejor?"/"¿quién más conocedor?"), obviando la tendencia de la memoria a reescribir lo sucedido, algo ajeno a nuestra voluntad consciente, (a lo que siempre cabe añadir la frecuente tendencia a embellecer lo sucedido, a maquillarnos, a encontrarle un tono épico a lo que casi nunca lo tuvo).
La "espontaneidad", esa facilidad que algunos tendrían, como fuente provisoria de narraciones frescas sin manipular. La espontaneidad a mí me parece lo mismo que los mejillones que no pasan por el lavadero: son naturalísimos, pero acaban casi siempre en diarrea. ¿Cuándo es que se empezó a atribuir a la espontaneidad el valor que hoy se le da? El artesano necesita tiempo para automatizar algunos procedimientos, lo mismo el campesino para utilizar sus herramientas, lo mismo que un cazador o un pescador o un jugador de póker. Sólo cuando podemos dejar de pensar en el cambio y el embrague y los intermitentes, es cuando podemos empezar por fin a concentrarnos en la carretera; sólo cuando hemos adquirido destreza y seguridad conduciendo nos atrevemos a mirar algo el paisaje que cruzamos sin exponernos a perder la vida en él, incrustándonos en él saliéndonos de la carretera...
No escribo para sufrir. Tampoco necesito que alguien sufra, que me confiese que sufrió mientras escribía algo, para que ese algo merezca más atención por mi parte; eso es asunto suyo. Escribo para el goce: para que algo de lo que escribo predisponga a algún goce, mío y ajeno. (Mío o ajeno, resultaría suficiente; pero es mucho mejor: porque no es excluyente).
La soltura del bailarín llega tras muchas horas de ensayo, como la del deportista tras muchas horas de entrenamiento. Pero la supuesta facilidad, los dones innatos, la precocidad, siempre gozan de mucha atención, de mucho favor. Eso habrá generado no pocas dudas a muchos. Habrá resultado tremendamente disuasorio para los más inseguros de sí mismos.
Escribir, como hablar, es engañosamente fácil. Escribir bien y hablar bien no es que suponga buscarle tres pies a un gato, como demasiado frecuentemente lo entienden los más conformistas con el primer resultado. Escribir y hablar bien, o segar bien la hierba, o cocer bien el pan, es evitar cualquier gesto de más: supone ser como un beduino, conciente de la dificultad que siempre supone atravesar el desierto y que no desperdicia un sólo buche de agua.

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